ÚLTIMA FORMACION CRISTIANA DEL CONSEJO DE HERMANDAES DE BARCELONA:


EL PADRENUESTRO (VIII)
“No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén”


La palabra tentación como la palabra pecado son objeto en nuestra sociedad de
burla y desprecio. Frases hechas, canciones etc. que nos invitan a ser pecadores de
una manera simpática; anuncios que nos invitan a caer en la tentación para mayor
deleite de los sentidos; todo aderezado por imágenes estivales y músicas ligeras.
En cambio el Señor Jesús, nos previene sobre la tentación, no se lo toma a broma;
¿Qué es para Jesús la tentación? Todo lo que nos aleja de Dios; recordemos que Él
mismo fue tentado (p.ej. Lc 4, 1-13): Ahí están nuestras tentaciones. Las tentaciones a
Jesús por parte del Diablo son las tentaciones de la humanidad. Y todas se resumen en
una, es decir, alejarse de Dios.
El diablo quiere perder a Jesús en su manera de hacer. Sabe que es imposible que
Jesús renuncie a ser lo que es: el Mesías; pero sí tiene la esperanza de hacerlo tropezar
en los medios. Le pide que sea un Mesías poderoso, un Mesías espectacular, un Mesías
aclamado. Y Jesús le responderá sucesivamente que “No sólo de pan vive el hombre”,
que “No tentarás al Señor tu Dios!”, y que “Sólo a Dios adorarás”.
Jesús define la vida cristiana como una vida de prueba y riesgo. No es una vida
cómoda. Estamos demasiado expuestos al mal que hay no sólo en el mundo sino en
nuestro corazón. En esta petición le pedimos a Dios que Él mismo sea nuestra defensa.
En ella reconocemos nuestra pobreza delante del mal, de ese mal de la humanidad
que da frutos amargos a lo largo de nuestro planeta.
Y la tentación nos lleva al mal; un mal en minúscula que es la separación de Dios a
través del mal hecho a los hermanos. Un mal que nos puede incluso gustar y que es
fuente de satisfacción cuando lo producimos. Un mal que es ejercido activamente y
deliberadamente por nosotros. Un mal que se transforma en diferentes pecados pero
que en resumen es hacernos dioses a nosotros mismos y abandonar el camino del
amor.
Tenemos en San Pablo un hombre entregado a Dios de manera radical, y sin embargo
él sabe que debe implorar a Dios que lo libre del mal, del pecado, de la espina que se
le clava, de una tendencia a hacer aquello que está mal aún sabiendo el bien que
debe hacer. Una tensión que de una manera u otra dura a lo largo de toda nuestra
vida.
Un mal, que en el Evangelio es persona: el Maligno. O eres hijo de Dios y vas
conformando tu vida al Evangelio para ser imagen de Cristo, o te alejas de Él para
entrar a formar parte del mal y hacerte a imagen y semejanza del maligno.
San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales propone la meditación de “Las dos
banderas” En lenguaje ignaciano significa: si he de ser soldado, ¿en qué ejercito
quiero luchar, bajo que bandera serviré? No hay duda, bajo la de Jesucristo el Señor
que nos ha revelado a Dios Nuestro Padre. Tengamos clara nuestra elección, ya que
como respondemos en misa: “son tuyos por siempre, el Reino, el Poder y la Gloria
Señor”