Una Cruz con sudario morado, al fondo el barrio de Cerdañola. |
Xavier Alarcon i Campdepadrós,
OSSM
Entre nosotros se ha extendido la
curiosa costumbre de hacer buenos propósitos el día 1 de enero (hacer deporte,
dejar de fumar, hacer bricolaje o reformas, aprender inglés…) con la intención
de mejorar como personas y como sociedad. Lo vemos en programas de televisión,
en tertulias de amigos, en reuniones varias… Esta iniciativa moderna, buena en
sí misma, no deja de ser una réplica laica de lo que la Iglesia lleva haciendo
durante siglos con la Cuaresma. Parémonos a pensar, si no, en qué consiste este
período de siete semanas antes de la Pascua. Un tiempo de purificación, de
mejora, de desprendimiento de todo aquello que nos envilece.
El miércoles 2 de marzo empieza
la Cuaresma… otra vez. Por desgracia nuestra ajetreada vida moderna (trabajo,
estudio, redes sociales, gimnasio, si eres afortunado tendrás hijos y nietos…)
nos impide siquiera tener presente este periodo de tiempo. Y es una pena ya
que, como cristianos, la Cuaresma era nuestro momento perfecto para pararnos,
pensar y hacer buenos propósitos para mejorar nuestra vida moral y espiritual. Propongo
a todas aquellas personas de buena voluntad que hayan leído hasta aquí que
tengan un momento para reflexionar. Voy a plantear tres preguntas básicas para
hacerse en esta Cuaresma… de hecho valen para cualquier Cuaresma.
En primer lugar ¿existe Dios? Puede parecer una pregunta absurda en un blog católico dedicado a la Semana Santa, pero créanme que no lo es. ¿Alguna vez nos hemos hecho esta pregunta? Y si existe… ¿Cómo es Dios? ¿Es una fuerza, un ser superior, energía luminosa, un poder en equilibrio, algo que está lejos? ¿Realmente nos creemos o hemos reflexionado de que Dios es Jesús? ¿De que ese hombre clavado en la cruz es el mismo Dios creador del Universo?
No puedo dejar de pensar en cuantas personas
organizan, preparan y participan de las procesiones de Semana Santa que no son
cristianos (o que lo son de bautismo pero no lo son de mente ni de corazón)
Para ellos la Semana Santa no les servirá ni una milésima parte de lo que le servirá
a un creyente, simplemente será una “Semana Grande”, una fiesta más. Muchísimas
personas participan simplemente por cultura, porque les parece muy español,
porque forma parte de sus actividades sociales, por pertenencia familiar, por
hacer feliz a sus abuelos o padres… y lo peor es que no nos importa ni nos
molesta mientras la procesión salga adelante ¿Cuántos de nuestros jóvenes que
son costaleros o tocan en bandas de música no tienen ni idea de Dios? Y lo peor
es que tampoco sienten la necesidad de saberlo… al menos por ahora. Simplemente
participan porqué toca.
La última pregunta es una
consecuencia lógica de las dos anteriores. ¿Si lo que hago en la vida no
tiene repercusión después de la muerte, vale la pena esforzarse en ser cristiano
y creer en Dios? El mundo nos enseña en que solo merece la pena estar bien
con uno mismo, a base de ayudarnos y ayudar a los demás. Dios no hace falta.
Entonces… ¿estamos de acuerdo con ello?
Aquí es donde antaño la Cuaresma
brillaba en todo su esplendor, ya que ofrecía una respuesta clara y concreta. Sí,
sí merece la pena creer en Dios. Dios existe, Dios me ama, Dios me pide que
crea en Él. Para hacerlo tenía las armas de las tres virtudes teologales: la fe,
la esperanza y la caridad, que se concretaban en tres ejercicios:
la oración, el ayuno y la penitencia.
Llegados a este punto, ante estas tres preguntas solo podemos responder correctamente si leemos el Evangelio. De cualquier otra manera no se pueden responder, o se responden de manera equivocada. El Evangelio es la solución, siempre lo ha sido. Es una pena que los católicos españoles tienen un grandísimo desconocimiento de la Biblia, de manera que no tiene ni idea de Jesús, de María, de los Evangelios ni de la cultura espiritual de nuestros antepasados. En muchas ocasiones hemos substituido el aprendizaje de la palabra de Dios por pregones, exaltaciones, besamanos o besapies y actos de ofrendas florales ante unas imágenes que no tienen su significado correcto porque han perdido la referencia que les daba sentido. Los auténticos Jesús y María cada vez se parecen menos a las imágenes que veneramos.